Gonzalo era Gonzalito, el menor de los Cánovas, cuando recién lo conocimos. Cuando se venía en tantas mañanas frías a ver, a acompañar, a alentar, a filmar. Creció al borde del campo de juego y conoció desde ese tiempo el espíritu del Misura. No hubo azar en el desenlace: se hizo caudillo y líder ya en este tiempo, adentro de la cancha. Y es, también ahora, uno de los abanderados de esa condición imprescindible para el éxito del equipo: intensidad.
Juega muy bien en las posiciones centrales (como marcador o mediocampista), se anima como delantero y sus hermanos dicen que, con su tranco, sería un excelente carrilero. No sólo eso: trata de disimular en público su asombrosa capacidad para atajar. De todos modos, como su hermano Diego, sabemos que se puede contar con él para ese puesto ante la emergencia.
Pero hay más: Gonzalo es también muy valioso en el armado del equipo. Colabora en el día a día de la semana; se preocupa para juntar gente; para resolver la parte administrativa; aporta para la reconstrucción de la historia mítica del equipo; se brinda invariablemente. Está, siempre está. Y eso vale lo mismo que el oro: muchísimo.