jueves, 10 de noviembre de 2016

Un misurense en el Azteca

El festejo del gol de penal, justo en el Arco de Dios.
Imagen: #NikeFootball

Por Walde

Lo que sigue parece mentira pero es verdad...

Estuve en la Ciudad de México, invitado por Nike para un evento sobre los avances tecnológicos aplicados al calzado deportivo. Participaron, entre otros, Ronaldo -el gordo, el original-, Jorge Campos, algunos futbolistas del América y del seleccionado mexicano. También hubo un partido entre los invitados (periodistas, artistas, un modelo coreano, diseñadores locales) sobre el césped del Azteca, estadio histórico, museo vivo del fútbol universal.

Y allí me tocó estar con un equipo conformado de apuro, con mayoría de extranjeros y con rivales en mucho mejor estado físico. Se sumaron dos juveniles mexicanos, patrocinados por la empresa estadounidense. Para nosotros, un volante hàbil que la pasaba menos que Rodri adentro del àrea; para ellos, un arquero que medìa cerca de dos metros. 

Arbitro, asistentes, ropa oficial, botines recién estrenados, luz artificial que convirtió la noche en amanecer. Un lujo ante las costumbres del Torneo de la UBA. Lo cierto es que ellos eran mejores y nos ganaron. Creo que 5-2, tras un par de offsides muy mal sancionados en nuestro perjuicio. Familiares de Codesal, quizá...

No era fácil jugar. A los casi 2.300 metros de altura de la capital mexicana había que sumarle que en la antesala del partido hicimos un entrenamiento como el de los futbolistas profesionales (entrada en calor, ejercicios físicos, tareas con pelota). Lo confieso: me sentí igual o mejor que en Buenos Aires, sin ninguno de esos fantasmas que en cada visita a Quito, a La Paz o a esta maravillosa Ciudad de México cuentan los que cobran millones por ponerse unos botines y jugar. Y eso que no opté por la receta moderna de tomar Viagra como remedio para disminuir los efectos de tantos metros sobre el nivel del mar. Una ventaja notable y elemental respecto de nuestro lugar de cada fin de semana: el campo de juego. En el Azteca parece difícil pifiar un pase hasta para maderas como quien escribe.

Hubo otro detalle relevante: con el partido 1-2 tuvimos un penal a favor. Cristopher Antúnez -periodista de los intensos, defensor tenaz, tipo agradable y generoso- patrocinó la idea: en esta preciosa ciudad de mil caras que trasformó a Maradona en celestial, tiene que patear un argentino. Y Marcio, el brasileño que había hecho el primer gol tras una linda jugada, se me acercó. Dijo cinco palabras: "Verón, tem que chutar vocé..." Y ahí fui. Con el penoso antecedente de jamás haber convertido un gol con la camiseta del León. En el arco, estaba el mexicano grandote. Lo pensé: tan alto que si se la tiro abajo le va a costar. Seguí pensando: es zurdo, le molesta más tirarse a la derecha.

No era cualquier escenario. Estaba justo ante el Arco de Dios, allí donde Diego fue más Maradona que nunca. Donde le metió la Mano de Dios a los ingleses. Donde hizo el Mejor Gol de Todos los Tiempos. Era la gloria o el papelón. El único argentino entre los 22 que jugaban no podía errar justo ahí. Hasta los de afuera, unos cien, se prendieron al morbo. "Higuaín", gritó uno de los mexicanos, con cierta malicia. 

Entonces, fui. Hice todo eso que imaginé. Pensé en Diego y en ese demonio de mi estadística sin goles. Pero sobre todo me enfoqué en el arquero, la gran figura de ellos y del partido. Le pegué fuerte, al ras, a la derecha. Y el gigantón que venía sacando todo fue para el otro lado, a esa izquierda desde la que miró cómo entraba la pelota impulsada por el argentino maradoniano. Maradoniano no por características, claro; sino por pura admiración. Por si hacía falta aclararlo.

Lo grité como se gritan esos goles que le dan una victoria a Huracán o al Leyendas. Pero era una sensación nueva. Por primera vez no grité el gol de otro. Ni de Rodri, ni de Wanchope, ni de Pancho, ni de Grazio, ni de Toranzo, ni de Dani, ni del Negro Albores, ni de Gonza, ni de nadie. Ese gol lo había hecho yo. Me abracé con los dos paulistas del equipo y con Cristopher. Tipos de primera, charladores, divertidos. Marcio me ofreció un elogio: "Muita raça, cara". Mucha garra. Sí, casi lo único que podía ofrecer... Además de ese penal, claro.

Pensé que lo más difícil había pasado. Ese segundo inmenso que duró el penal. Pero no. Lo peor estaba por venir. Desde Buenos Aires, los misurenses desconfiados de siempre pedían imágenes del gol. No les alcanzaba con mi festejo para acreditar mi proeza. Ahora, sigo buscando entre todos los participantes e invitados a alguno que haya capturado ese instante. No quiero que se convierta en difusa mitología ese gol que durará para siempre.


Más:
Ciudad de México, Ciudad de fútbol. Texto de Walde, en Planeta Redondo, de Clarín.