El día que lo dijo sentí que se refería a nosotros. Un grupo de pendejos que bajo el cielo de Miramar durante un día de verano decide armar un equipo de fútbol. Un puñadito de adolescentes que, como grupo de pares, espacio de amigos, decide participar en el más importante de los torneos amateurs: el de la UBA.
Ahora, ya veteranos, ya rotos, seguimos siendo aquellos en esencia. Por eso ganamos el domingo, por eso nos mantuvimos con la impronta del Expreso Misura y con la magia nueva de La Banda del Milagro. Se lo dijo el capitán Pancho a un viejo compañero averiado, que volvìa por necesidades, en el contexto de tantas ausencias: "Qué lindo jugar juntos, León". En esa frase, en ese detalle, nació la última de las victorias.
Sucede que esa victoria excedía al resultado final. El 3-1 podría haber sido derrota, pero esa presentación, ese instante, esa construcción ya había sido una preciosa goleada. Entrar al campo de juego, más de dos décadas después y ver muchas de aquellas caras del 93 y de los tiempos adolescentes significaba un enorme triunfo que no necesitaba de goles. Era ganar más allá de errores propios y/o de gambetas ajenas.
Es fundamental comprender el escenario para entender el logro. Hay equipos que representan ciudades -como Wolframio Coronel Suárez o Estudiantes de Trelew o Defensores de Viedma-; hay otros que se armaron como si fueran un club -como Namberwan, que hasta cuota social cobra-; y también estamos nosotros. Somos los representantes de un insólito e inquebrantable grupo de amigos nacido de un curso del Secundario, del San Román. Unos poquitos que fuimos sumando años y amigos y gente y mística. Como La Galia de Asterix ante el Imperio Romano. Y acá estamos, sin pociones mágicas, aguantando frente a tantos imperios.
Que viva Misura. Hoy y siempre.